¿Qué más da el formato en el que esté la información y dónde se encuentre? Lo que importa es que llegue a quien la necesita.
A ninguno nos extraña que la profesión de bibliotecario-documentalista derive hacia gestor de información. Ni es extraño que quienes durante siglos se han ocupado de ordenar, organizar y hacer accesible la información escrita en los papeles ahora quieran continuar su trabajo con la información escrita sobre bits. A estas alturas ya no es nada nuevo.
Nos parece normal –y lo es– que el bibliotecario se haya preocupado de buscar la manera de ordenar los libros en la biblioteca según los criterios más lógicos posibles, de crear clasificaciones que faciliten esta organización, y que este conocimiento se haya traspasado a las base de datos. Entonces ¿por qué nos vamos a extrañar de que su preocupación continúe en un momento en que la web es el medio de comunicación más utilizado?
Esto que digo tampoco es nada extraordinario. Qué va. Es la evolución natural. El profesional se adapta al medio. Ni siquiera es algo loable de lo que sentirse orgullosos, no se esperaba menos de nosotros. Si aplicamos una vista panorámica, los profesionales de la documentación (entiéndase bibliotecarios, documentalistas, archiveros, y otras denominaciones que con el tiempo han ido apareciendo) tienen como objetivo organizar la información de manera que pueda servir a las necesidades de los usuarios. Es evidente.
Si aplicamos la misma vista de pájaro a la Interacción Persona-Ordenador (Human-Computer Interaction), encontramos que su objetivo es mejorar los sistemas que emplean tecnologías para que sean más útiles y fáciles de utilizar por los usuarios. Vaya, parece que ambas disciplinas tienen mucho en común.
Entonces ¿cómo compartir el conocimiento y hacer sistemas tecnológicos que sirvan a las necesidades de los usuarios de la mejor manera posible? Unamos ambas disciplinas y no inventemos la rueda desde ninguno de los dos lados. Las profesiones surgen cuando se las necesita, las ciencias también.
¿Por qué digo esto? Los bibliotecarios surgen de la necesidad de almacenar documentos de una forma ordenada que permita encontrarlos después. Los diseñadores de interacción (en sentido amplio) surgen de la necesidad de facilitar a los usuarios la utilización de los objetos para su propio beneficio. Cuando se diseñó el formato libro (páginas cosidas y encuadernadas) se hizo pensando en facilitar la lectura. Cuando se les incluyeron índices, la idea era hacer más fácil la localización de los contenidos. Igualmente, cuando se diseña una taza y se le pone asa, se hace así para facilitar su utilización. Cuando se diseña la interfaz de un teléfono móvil, de una web, de una base de datos ¿acaso no se debe pensar en lo mismo?
Esto nos hace pensar que las Ciencias de la Documentación tienen un gran motivo para tomar de la Interacción Persona-Ordenador las pautas que ésta indica, pues se trata simplemente de facilitar a los usuarios que satisfagan su necesidad de información de la mejor forma posible. Al mismo tiempo, la Interacción Persona-Ordenador debe tomar de los profesionales de la información el conocimiento sobre cómo estructurar información, cómo ordenarla, organizarla, clasificarla, en definitiva, cómo hacerla más accesible.
El caso más evidente de sinergia entre ambas disciplinas es el de la arquitectura de la información, una parte de la IPO que se ocupa de establecer la estructura de un sistema de información, por ejemplo un sitio web. Como saben, los conocidos autores del libro de arquitectura de la información conocido como el "libro del oso" (Rosenfeld y Morville) proceden del ámbito de la Documentación. Y no son un caso excepcional, son muchas las personas que trabajan en este tema. Tanto la arquitectura de la información como la usabilidad siguen criterios basados en el sentido común (una vez estudiado) y ponen de relieve aspectos imprescindibles para que los sitios web consigan sus objetivos.
Las mediciones de estos aspectos pueden llevarse a cabo de distintas maneras: en ocasiones se pueden automatizar, otras veces es necesario hacer un análisis manual, bien por un grupo de expertos, bien directamente poniendo a prueba el sistema con usuarios finales. Un ejemplo muy claro de la necesidad de aplicar los criterios de la IPO en los sistemas documentales son las bases de datos para recuperación de información: catálogos de bibliotecas, bases de datos bibliográficas, revistas digitales y buscadores web.
Aplicar las pautas de la IPO y de la usabilidad hace de estos sistemas herramientas más intuitivas, más fáciles, más eficientes y más satisfactorias. ¿Qué más podemos pedir?
Antes de poner punto final y pasaros la palabra, quiero:
- Instar a los profesionales de la Documentación a que no subestimen la importancia de la forma sobre el contenido: un buen contenido puede resultar inútil si no se provee una buena forma de acceder a él.
- Animar a los apasionados de la usabilidad y el diseño de la interacción a que tomen como punto de partida el estudio y la experiencia de los profesionales que se han dedicado durante años (siglos) a organizar la información para ofrecerla de la mejor forma que han encontrado posible de acuerdo a las tecnologías del momento.
- Recordar a ambos que pueden aprender mucho los unos de los otros. Si colaboran, el éxito está asegurado.
En lugar de poner un aviso de "Cuidado con el escalón", quitemos el escalón… y el aviso ;-) http://www.mcmarcos.com/imagenes/cuidado_con_el_escalon.jpg
Mari-Carmen Marcos, http://www.mcmarcos.com/
Profesora de la Universidad Pompeu Fabra, Sección de Ciencias de la Documentación
Miembro del Grupo ThinkEPI, http://thinkepi.net/
1 comentario:
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